CUANDO ME INTEGRÉ COMO DIRECTORA del Centro de Investigaciones Educativas, la Iniciativa Preescolar Alcanza tenía 15 años de trayectoria. En este tiempo, he observado, desde el amor y la ternura, el trabajo incansable del equipo. Le dirige el mismo norte: el desarrollo de maestras, facilitadoras y cuidadoras sensibles ante las necesidades de la niñez del archipiélago de Puerto Rico, capaces de enfrentar los retos socioculturales que enfrentan en el quehacer cotidiano.

A raíz de los fenómenos naturales que han azotado a Puerto Rico desde 2017 (huracanes y terremotos), el equipo de Alcanza entendió que era necesario abordar el tema de la resiliencia dentro del contexto del desarrollo del bienestar de la niñez. ¿Es posible desarrollar la resiliencia desde la niñez? ¿Podemos hacerlo desde una perspectiva sociocultural sensible y justa a nuestra población? Desde la perspectiva de justicia social, conceptualizamos la resiliencia en desastres como la interacción entre los factores sociales y psicológicos, así como las dinámicas sociopolíticas que impactan, de manera desproporcional, a comunidades vulnerables (Atallah, 2016).

Tal y como nos sugiere el Instituto Australiano para la Resiliencia en Desastres (2021) la clave principal para desarrollar la resiliencia en la niñez es tenerle al centro de las prioridades de toda planificación en desastres. Es importante enfatizar que no se trata de desarrollar estrategias de sobrevivencia en nuestros niños y niñas, sino de fomentar las capacidades posibles para su edad y etapa de desarrollo dentro del contexto de su comunidad escolar. Para ello, la niñez será el centro, pero son necesarios todos los apoyos sociales, emocionales, estructurales y sistémicos. Tal y como le definen Liebenberg y Ungar (2009), la resiliencia es el resultado positivo del continuo de desarrollo que ocurre cuando la niñez experimenta estresores agudos y crónicos, como la pobreza, el abuso, la violencia, el racismo o la marginación, entre otros factores que inciden en su bienestar. Acercarse al tema de la resiliencia no solo implica entender los riesgos y vulnerabilidades que enfrenta la niñez en Puerto Rico, sino entender las implicaciones de las relaciones e interacciones con su entorno.

Para que la niñez pueda desarrollarse de manera resiliente, es necesario—como indica la Dra. Wanda Figueroa en este trabajo—crear espacios de seguridad y apoyo. A esto le añado: afectividad. Crear estos espacios implica dejar a un lado el adultocentrismo (ese modo de organización social en el cual las relaciones de la niñez y la juventud están dominadas por las personas adultas) para primar la autonomía, la interdependencia y el sentido de agencia de cada niña y niño. En este proceso, estamos llamadas a explorar y celebrar la capacidad afectiva y emocional de nuestra niñez sin pretensión de adaptarlos a las condiciones adversas en las que se encuentra el país, a crear las condiciones que permitan el desarrollo pleno de la niñez desde un sentido de justicia y la libertad de crecer.

El módulo que les presentamos hace un hermoso recorrido por las experiencias de las facilitadoras de la Iniciativa Preescolar Alcanza y cómo facilitan experiencias integradoras en el espacio del aula. Les invito a explorar cada página con la mirada puesta en lo que todas podemos hacer desde nuestros espacios para fomentar el desarrollo de la resiliencia de manera armoniosa con las etapas de desarrollo, considerando las experiencias vividas por nuestra niñez. Hagámoslo desde el conocimiento, con amor y desde la ternura.

Yarimar Rosa Rodríguez, Ph.D.
Directora
Centro de Investigaciones Educativas